La física también tiene sus misterios. Este es el caso de dos enigmáticas desapariciones: la de un ingeniero, pionero del estudio del calor, y la de un brillante físico teórico. Nunca más se ha vuelto a saber de ellos.
En 1845 un ingeniero de ferrocarriles escocés llamado John James Waterson enviaba un trabajo a la prestigiosa sociedad científica Royal Society donde demostraba que la presión de un gas sobre las paredes de un recipiente se podía explicar en función de los choques de las moléculas del gas contra ellas. Se trataba de un trabajo que ponía las bases de la interpretación molecular del calor y, con ello, el comienzo de una rama de la física llamada mecánica estadística. Sin embargo, el trabajo fue rechazado y archivado porque a sus colegas les era difícil creer que los átomos se pudieran mover libremente por el interior del recipiente, de pared a pared, y que las propiedades de los gases se redujeran a simple mecánica. Su trabajo durmió el sueño de los justos hasta que en 1892 John William Strutt, tercer barón Rayleigh, lo descubrió en los archivos y lo publicó en la revista de la sociedad. Pero Waterson ya no estaba para verlo. Este ingeniero que marchó a la India en 1839 contratado por la Compañía de las Indias Orientales y que regresó a su natal Edimburgo en 1857 para dedicarse en cuerpo y alma a la ciencia del calor, desapareció sin dejar rastro el 18 de junio de 1883. Nunca más volvió a aparecer. Pero no sería el último.
Una joven promesa
En 1928 un joven y prometedor físico teórico italiano llamado Ettore Majorana publicaba su primer artículo de investigación donde explicaba ciertos aspectos experimentales del gadolinio y el uranio. Sus trabajos mostraban un joven de brillantes ideas, sobre todo en un campo que ha traído de cabeza a los físicos durante décadas: la masa del neutrino, una partícula subatómica que ha sido definida como un cuchillo muy afilado sin mango y sin hoja, debido a su capacidad para atravesar la materia sin interaccionar con ella.
Perteneciente al equipo del prestigioso Enrico Fermi, en 1933 marchó a Alemania para trabajar con el premio Nobel de Física Werner Heisenberg. Pero en el otoño de ese año regresó a Roma enfermo: sufría de una gastritis aguda y mostraba agotamiento nervioso. Algo pasaba en su cabeza: se fue enclaustrando en casa desatendiendo a amigos y familiares, incluida su madre, con la que mantenía una relación muy cercana. Perdió interés por la física y empezó a estudiar economía, política, las flotas de distintos países, la construcción de barcos y se ensimismó con la lectura de textos filosóficos, sobre todo de Schopenhauer. Apenas salía de casa, acudía al trabajo muy de vez en cuando y durante cuatro años se abandonó totalmente: ni se afeitaba ni se cortaba el pelo. Ninguno de sus amigos pudo convencerlo de lo contrario, ni tan siquiera su mentor Enrico Fermi. Curiosamente fueron esos años de “pérdida” cuando Fermi y su equipo pusieron las bases para el desarrollo de los futuros reactores nucleares. Pero a Majorana le interesaban más otras cuestiones, como la medicina y la aplicación de las matemáticas a las ciencias sociales.
En 1937 sus amigos consiguieron convencerle para que publicara un artículo que llevaba en el cajón de su escritorio cinco años sobre las recién postuladas antipartículas. Hoy ese artículo continúa siendo una referencia en el tema. Sorprendentemente decide optar a un puesto de profesor en el Instituto de Física de la Universidad de Nápoles. A la plaza también se presentaba Giovanni Gentile, hijo de un senador. Temiendo el formidable duelo que suponía para su hijo enfrentarse a Majorana, el senador recomendó a Mussolini que le concediera la plaza de profesor a Majorana por su excepcional reputación, sin realizar examen alguno.
¿Por qué desapareció?
El 13 de enero de 1938, con 31 años, tomó posesión. Parecía que todo había vuelto a la normalidad: daba sus clases los martes, jueves y sábados. El 12 de marzo fue a visitar a su familia a Roma. En la mañana del viernes 25 se dirigió al Instituto para entregar a un estudiante los apuntes de sus clases. Regresó al Hotel Boloña donde escribió a su familia: “Sólo tengo un deseo: no vistan de negro por mí. En caso de que deseen -o deban- seguir las costumbres sociales, usen otra señal de luto, pero no más de tres días. Luego sólo deberé quedar en sus recuerdos y, si son capaces de hacerlo, olvídenme”. También escribió al director de su Instituto, Antonio Carrelli: “He tomado una decisión inevitable. No hay en ella egoísmo. Pero sé que mi inesperada desaparición será un inconveniente para usted y los estudiantes”. A las 5 de la tarde salió para tomar el barco del correo nocturno a Palermo. Se hospedó en el Grand Hotel Sole donde envió un telegrama a Carrelli diciéndole que cambiaba de idea respecto a su desaparición. También le envió una segunda carta –desde Palermo y con fecha de ese mismo 26 de marzo-, que es la más misteriosa: “El mar me rechazó sin remedio. Regresaré mañana al Hotel Boloña. Pero dejo la enseñanza. Estaré a su disposición para darle más detalles.” Ese sábado por la tarde se le vio cogiendo el barco de Palermo a Nápoles. Ya nada más se supo.
¿Suicidio o huida?
¿Qué es lo que pasó? Unos apuntan a que se recluyó en un monasterio al prever por dónde iba a discurrir la investigación nuclear. Otros dicen que huyó a Argentina y algunos que lo secuestraron. Enrico Fermi, que acaba de ganar el Premio Nobel el año anterior, pidió a Mussolini que impulsara la búsqueda. “Hay muchas categorías de científicos -dijo este físico- gente de segunda o tercera fila, quienes hacen algo bueno, pero no van más allá. Hay también científicos de primera fila, quienes hacen grandiosos descubrimientos. Pero después están los genios, como Galileo y Newton. Ettore Majorana era uno de ellos”.
Para complicar más las cosas, en 1970 la viuda del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias dijo que en la década de 1960 conoció en Buenos Aires a un científico llamado Ettore Majorana. Y el físico chileno Carlos Rivera dijo que en 1950, durante una visita a la ciudad porteña se hospedó en casa de una señora cuyo hijo decía haber conocido a Majorana. Diez años después, mientras Rivera hacía cálculos sobre una servilleta del Hotel Continental, un camarero le comentó que eso también lo hacía un italiano habitual de la cafetería. Su nombre: Ettore Majorana.
Fuente: muyinteresante